No es por echarle la culpa a mi marido, pero cuando necesito palabras de afirmación, normalmente tengo que pedírselas. De hecho, en algunos cumpleaños le he pedido que mi regalo incluyera una carta sincera. Porque, salvo contadas excepciones, las únicas veces que me dice que le atraigo físicamente es si yo le expreso mi atracción primero. O si le pregunto por un conjunto de ropa concreto y resulta que le gusta (ya que en realidad es sincero en sus valoraciones). 

En un momento dado, esto me molestó. ¿A quién no le sienta bien escuchar que estás guapa o que es agradable tenerte cerca sin que se lo pidan?

¿Pero ahora? No me molesta tanto. He aprendido un par de cosas sobre mi marido y su forma de actuar, y he aprendido a valorar las formas en que me muestra constantemente cómo se siente.

Es el tipo de persona que se contenta con investigar, leer y sentarse a pensar (Eneagrama 5, #iykyk). La otra cara de esta personalidad es que a veces le cuesta compartir su tiempo, su energía y su atención. 

Cuando me di cuenta de ello, su decisión de dedicarme su tiempo y energía para sentarse a hablar conmigo se convirtió en una especie de carta de amor. 

Cuando inicia una conversación conmigo, escucha lo que pienso y quiere estar cerca de mí, lo dice alto y claro: me quiere y se preocupa por mí. 

Por no hablar de las comidas que prepara, el café que me espera en la encimera cada mañana (te digo, eso es sexy), los recados que hace y las innumerables formas en que interviene y me sirve a mí y a nuestros hijos: todo eso dice mucho de la forma en que me elige, de la forma en que me quiere. 

Si no tengo notas de amor semanales o susurros dulces con regularidad, no pasa nada. Las formas cotidianas en las que me demuestra que piensa en mí y que se preocupa por mí explican una historia de amor mucho más romántica que las palabras en una página o un "Hola, guapa" semi robótico.