Mi esposa Ellie y yo hemos estado felizmente casados durante más de 30 años.

Bueno, digo "felizmente casados" porque todavía estamos casados. Sin embargo, eso no significa que hayamos sido felices durante todo nuestro matrimonio.

No puedo empezar a contar las veces que he sido un gran lastre para nuestro matrimonio. Y ha habido más de unas cuantas ocasiones en las que el amor de mi vida no ha sido en lo más mínimo adorable. A medida que atravesamos esas tormentas, hemos aprendido a aferrarnos a Dios en busca de fortaleza y a los demás en busca de apoyo... y eso nos hace más felices.

Recuerdo el relato bíblico de la noche anterior al último día de la vida de Jesús. Sus discípulos discutían sobre cuál de ellos era el mayor. (O para ponerlo en el contexto de un matrimonio, estaban discutiendo sobre quién tenía más razón).

Jesús tenía todos los motivos para abandonarlos. En cambio, silencioso y felizmente asumió el papel de siervo, lavando los pies de cada discípulo, incluido el que lo traicionaría hasta la muerte.

Después de bañar el último par de pies, dijo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.  Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.” Juan 13:15-17

Cuando buscamos nuestra propia felicidad en el matrimonio, afirmamos que somos los más importantes. Pero Dios nunca diseñó el matrimonio para que fuera una competencia por el amor y la felicidad.

Cuando Ellie me ama a pesar de mis momentos de mal liderazgo, mi mala actitud y muchos otros defectos de los que a menudo soy culpable, elige el amor ágape, un amor que da sin considerar lo que recibirás a cambio.

Adaptado de The Story of Us. Copyright © 2019 por FamilyLife Publishing. Reservados todos los derechos.