Me encanta el chocolate en casi todas sus formas. Pastel de chocolate, chocolatinas, tarta de chocolate.

Mi marido, sin embargo, es un especialista. El helado de chocolate y mantequilla de cacahuete es su único capricho diario. El carácter sagrado de este ritual puede ayudarte a apreciar un curioso giro de los acontecimientos entre nosotros dos.

Hace poco le dije que me molestaban sus ronquidos. Así que mi bondadoso marido consultó Internet para encontrar una cura. Se enteró de aparatos caros y tiras respiratorias que se aplican en la nariz. Encontró ejercicios para fortalecer los músculos débiles de la garganta. Incluso leyó que los lácteos antes de acostarse pueden aumentar los ronquidos.

Unas noches más tarde me preguntó si sus ronquidos habían mejorado. "Sí", le dije, "no te he oído las últimas noches".

"Me he quitado de tomar helado".

Me quedé estupefacta. Sabía lo mucho que le gustaba su ritual nocturno. Nunca le habría pedido que renunciara a él.

Intenté decirle que su sacrificio no era necesario, pero insistió. Me dijo: "Puede que lo haga una vez a la semana, pero no lo necesito todas las noches".

Eso sí que es romántico.

La siguiente vez que fui al supermercado, busqué otros tentempiés sustitutos para agradecérselo.

Su espíritu generoso despertó en mí el deseo de mostrar generosidad. Y el amor que me demostró fue mucho más dulce que cualquier chocolate.